El triunfo en las urnas de Nicolás Maduro anunciado por el Consejo Nacional Electoral (CNE) -festejado en la calle por el partido de Gobierno e impugnado con vehemencia por la oposición, que sugirió la existencia de severas anomalías- no parece cerrar el conflicto interno en Venezuela, que tuvo su primera detonación en 2013 cuando el actual presidente ganó su primera contienda por dos puntos de diferencia frente a Henrique Capriles.
La pregunta ahora mismo es si habrá un conflicto civil en ese país. Las posiciones previas a los comicios de oficialismo y sus adversarios se han mostrado imperturbables tras peso de votos, que unos consideran legítimos y los contendientes más que dudosos. La promesa de un nuevo capítulo de confrontación empezó a tomar rasgos de realidad anunciada. La contienda venezolana y su resultado pasan a convertirse en un problema regional, con repercusiones más allá de América Latina. Algunos puntos a tomar en cuenta:
• Maduro le ganó a Edmundo González Urrutia por siete puntos de ventaja porque la máquina territorial del Partido Socialista Unificado (PSUV) y el Estado hizo sentir sus tentáculos en cada ciudad venezolana. El “voto oculto” que suele sorprender a las consultoras en las elecciones regionales esta vez ha favorecido al oficialismo, siempre según el CNE. La oposición no pudo renovar en la última semana sus promesas de cambio. Pero el “presidente obrero”, como le gusta llamarse, no ganó solo por la eficacia del aparato oficial.
• Se dieron una variedad de circunstancias, en especial la desafección de millones de personas aptas para votar, al punto de que sufragó menos del 60% del padrón electoral. ¿Qué significa en términos de legitimidad? Una lectura rápida podría decir que lo electores no creen en mandatario. Mucho menos en las prácticas clientelistas, la expansión burocrática, la violencia estatal y los resonantes casos de corrupción al más alto nivel de la dirigencia. Pero ese malestar no los atrajo hacia la candidatura opositora. La oposición sostiene que muchos más venezolanos acudieron a las urnas que los contabilizados por el CNE.
• Por el otro lado, la contienda tuvo, desde su convocatoria, la marca de un déficit de origen: millones de inmigrantes no pudieron sufragar. El madurismo hizo sentir el miedo al cambio al trazar una analogía entre lo que podría pasar en ese país y el presente argentino. Curiosamente, es Maduro quien pudo dolarizar en los hechos la economía venezolana, un anhelo que se vislumbra lejano para el ultraderechista.
• La recuperación económica, al calor de las licencias otorgadas a varias multinacionales petroleras con el aval norteamericano, le permitieron al candidato oficial dar señales de que sus predicciones de una pronta bonanza después de años de gran penuria en los que el PIB cayó un 70%.
• Maduro invoca el papel de la clase obrera y, al mismo tiempo, reconoce en los “emprendedores”, el sujeto social que rescata el neoliberalismo, un papel protagónico en la nueva Venezuela donde el consumo se ha dinamizado en un contexto de enorme desigualdad social. Este año la economía crecerá cuatro puntos. El país tiene una deuda externa de 160.000 millones de dólares que necesita reestructurar. El Gobierno cree que es pagable en la medida que se amplíen las licencias petroleras “autorizadas” por Estados Unidos. La prosperidad depende de que avancen los acuerdos con la Casa Blanca.
• María Corina Machado fue el principal sostén de González Urrutia. En su nombre recorrió el país y nunca resignó a su centralidad política. En un punto, la figura del candidato opositor fue secundaria. Importó más lo que ella hacía. Machado había sido inhabilitada judicialmente para presentarse como candidata después de ganar las primarias de octubre. De pasar de promover abstenciones en los comicios y las alternativas políticas más radicales que la dejaban prácticamente en soledad, se inclinó por la salida electoral junto con otras fuerzas opositoras. Maduro nunca dejó de llamarla “demonia”. A lo largo de estos meses devino un personaje carismático. Esa popularidad no parece haber logrado que creciera de manera decisiva la participación electoral.
• Para acceder a un recuento de los votos, la oposición necesitará de una fuerte presión internacional. Las primeras palabras de Maduro no inclinaban a ningún analista a contemplar ese escenario.
• No han faltado en las redes sociales llamados a desconocer de inmediato un nuevo ciclo de Gobierno del PSUV. Esa hoja de ruta supondría la repetición de lo ocurrido en 2019, cuando el entonces diputado Juan Guaidó se autoproclamó “presidente encargado” con el aval de Donald Trump y el acompañamiento de parte de la UE y América Latina. Esa estrategia, cabe recordarlo, fracasó rotundamente.
• La disputa también se dirime en clave geopolítica: Washington, Europa y, en especial, el arco progresista regional que integra a Brasil, México, Chile y Colombia permitirán avizorar hasta dónde llega el respaldo que esperan recibir Machado y González Urrutia procedente del exterior. Habrá que ver con cuánto esmero se pronuncian China y Rusia a favor del hombre que debe ocupar el Palacio de Miraflores hasta 2030.
• La alianza entre Maduro y el ejército cobra bajo las presente coyuntura una importancia medular. El propio presidente reelecto la ha resaltado como una trilogía virtuosa: la “unión cívico, militar y policial”. El papel de los uniformados ha sido determinante, aunque costoso en términos humanitarios, en la manera que se resolvieron las crisis precedentes.